domingo, 15 de abril de 2012

A mi tío Javier

Durante el último mes y medio, he hecho lo imposible porque me vieras entera. Porque, durante el último mes y medio, no he dejado de pensar en cómo te portaste cuando lo de mamá.

Me habían dejado contigo en Fuencarral y, con lo llorón que eras, mantuviste el tipo como nadie jugando conmigo hasta que llegó Almu para darme la noticia. Jugaste conmigo como lo hacías siempre; en La Pinosa, no había día en el que no te buscara para que me llevaras de excursión en la Mobilette, para que me dieras clases de interpretación, para que me filmaras mientras te enseñaba mis improvisadas coreografías acuáticas, para que me contaras historias sobre Grecia y Egipto...

La última tontería que se nos ocurrió para pasar el rato, fue que yo sería tu biógrafa oficial. Y así, volvimos a hablar durante horas de cómo conseguiste que la Interpol no te encontrara cuando te fuiste a vivir a París, de tu amistad con Marguerite Duras, de por qué te hiciste pintor, de tus noches de alterne con George y Sonia Orwell, de la época en la que sustituiste tu foto del DNI por la de Rafael de Paula, del beso que te dio Claudine Auger, de tu etapa de actor fetiche de Adolfo, de aquella discusión con Alberti en su casa de Roma...
Y volví a escucharte embobada, como hacía siempre y como hacían todos los que han tenido el privilegio de conocerte, e iba tomando notas para que no se me olvidara ningún detalle a la hora de escribir esas memorias que los dos sabíamos que nunca escribiré.

Pero hoy no pienso en ti como en el personaje de novela que has sido. Hoy pienso en ti como en el tío, en el hermano mayor, en el amigo, en el apoyo, y en el ejemplo que siempre serás para mí.
Y, sobre todo, pienso en que a partir de este mismo momento solo hay sitio para la entereza. Por Rita y por Felipe, por África, por Lola y, porque si me viniera abajo, tú, paradigma de la elegancia que ha sabido reírse de la vida a carcajadas, nunca me lo perdonarías. Y eso, Pollito, no podría soportarlo.







2 comentarios:

Raquel Míguez dijo...

Escribe esa historia, Mónica, te lo mereces.

Anónimo dijo...

Quieres tanto a la gente y sabes discernir según qué cosas tan especiales acerca de cuantos te rodean, que da miedo frecuentarte y no estar a la altura de tus palabras y de tus sentimientos.
No es verdad eso que has atribuido alguna vez a tu padre, según el cual todo el talento de tu casa se lo llevó tu hermana